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Palacios del pueblo, wikipedias, bibliotecas y archivos: la cultura libre y gratuita que busca salirse del mercado
Ella recordaba que, afortunadamente, su casa tenía un patio trasero que sus padres aprovecharon para poner un huerto y plantar árboles frutales. Aquello le evitó el hambre y, en las tardes del verano de infancia, Elinor Ostrom aprendió a embotar albaricoques y melocotones. Después, cuando llegó la II Guerra Mundial, Elinor Ostrom aprendió a tejer bufandas para los hombres jóvenes que llegaban de ultramar.

Elinor Ostrom pasó sus primeros años haciendo lo que hacían las niñas de su época. Coser, aprender a cocinar, jugar a las mamás. Lo que más le gustaba, sin embargo, era la natación y acabó por unirse a un equipo y se hizo deportista y comenzó a competir y después a enseñar. Aquello le permitió empezar a juntar algo de dinero que, un día, pudo ayudarla a matricularse en la universidad.

Elinor Ostrom falleció en 2012 y se llevó a la tumba el haber sido la primera mujer en ganar el Nobel de economía. También, el haber sido la primera de su familia en tener acceso a una educación completa. “Aunque fue todo un reto ser una niña pobre en una escuela de ricos, aquello me dio otra perspectiva de lo que podía ser el futuro”, escribía la economista al recordar su infancia.

Ostrom fue un caso único, no solo por su evidente logro como economista sino porque el acceso que tuvo a la cultura le permitió romper la barrera socioeconómica con la que cargaba por clase social y género. Una cultura que, como señalaba el sociólogo francés Pierre Bourdieu, no es neutral y que rara vez escapa de sus condicionantes.

Bourdieu sostenía que la cultura estaba ligada a estructuras de poder que definen qué expresiones y conocimientos son considerados legítimos. Es decir, planteaba que el acceso a la cultura, el gusto y el capital cultural estaban determinados por estructuras sociales y económicas, lo que revelaba una desigualdad estructural en el acceso y la participación cultural, convirtiéndose ésta en un recurso para la distinción social donde las élites tienden a monopolizar la producción y consumo de lo considerado como “alta cultura”.

En España, el artículo 128 de la Constitución establece explícitamente que toda la riqueza del país, en sus distintas formas y sea cual sea su titularidad, debe estar subordinada al interés general. “Uno de los poquísimos ejemplos que tenemos sobre el tema son las bibliotecas”, explica Clara Morales, bibliotecaria de la Universidad Complutense de Madrid, en declaraciones a elDiario.es. “Las bibliotecas son uno de los escasos espacios en los que consideramos que el derecho a la propiedad privada queda subordinado frente a un derecho colectivo que es el derecho de acceso a la cultura”, desarrolla Morales para señalar que le parece “interesante” que sea algo que no se cuestiona: “La bondad de las bibliotecas es algo que se da por sentado aunque no siempre vaya aparejado a un buen presupuesto. La gente tiene un buen concepto de las bibliotecas”, asegura para opinar que eso lleva consigo una idea que en otros aspectos “está considerada radical”. “Creo que son una brecha frente a la privatización de la cultura y lo que debemos hacer es agrandarla en contra de la lógica de mercado actual”, apunta Morales.

Cultura Libre Cultura Libre

La creación de la primera biblioteca de la que se tiene constancia data del 2.500 a.C. aproximadamente y está situada en la antigua ciudad de Ebla, en la actual Siria. Fue descubierta en los años 70 y contenía más de 15.000 tablillas de arcilla en escritura cuneiforme. Estas tablillas incluían textos administrativos, comerciales y religiosos. Documentos fundamentales para la organización del gobierno de aquella sociedad.

“Es fascinante –continúa Morales– el concepto de biblioteca es universal, existen en todo el mundo y, desde su fundación, todas han tenido un desarrollo y funcionamiento similar”. Señala el hecho de que estos lugares, pensados como archivo de la memoria de un tiempo en sus inicios y como centro de acceso libre a la cultura después, tengan un hueco en el imaginario colectivo como una manera de hacer y vivir cultura de forma libre. “Tienen, por supuesto, fallos de financiación, pero cualquier persona de cualquier origen social, tenga casa o no, puede entrar en una biblioteca y acceder a sus fondos de manera gratuita”. Esa situación, esa excepción, abre, para ella, un futuro esperanzador: “Si lo hacemos con las bibliotecas significa que se puede, que podemos caminar hacia un horizonte donde el acceso al conocimiento esté más democratizado”, zanja Morales.

La primera biblioteca cumplía los mismos preceptos básicos que las existentes hoy en día con una salvedad: hace tiempo que son mucho más que un lugar de consulta.

Refugios climáticos y contra la soledad

Blanca Alonso tiene 27 años, es historiadora y opositora, por lo que se pasa la vida entre las bibliotecas públicas de Burgos, su ciudad natal, y Murcia, donde reside. “Las bibliotecas son, quizá, uno de los principales factores de la dinamización de los barrios; mejoran la calidad de vida de los vecinos promoviendo la participación comunitaria –opina Alonso–. Cuando estoy haciendo una investigando o estudiando, siempre veo a personas mayores que se acercan al mostrador para preguntar dudas digitales o que les ayuden con un trámite”.

Además las bibliotecas son lugares donde hace calor en invierno y fresco en verano. Un dato, a priori, simple pero que, como coinciden todas las personas que aparecerán entrevistadas a lo largo de este artículo, es de vital importancia para el confort de quienes no pueden pagar una casa bien aislada, un buen sistema de calefacción. “Yo es algo que he empezado a valorar hace poco, son un lugar donde estás a salvo, segura y acompañada por la presencia de otras personas, incluso aunque no intercambies palabra alguna”, argumenta Alonso.

El sociólogo estadounidense Eric Klinenberg utiliza el concepto “palacios del pueblo” para referirse a los espacios públicos que sirven como puntos de encuentro y fortalecimiento de una sociedad refiriéndose a los parques, las escuelas y las bibliotecas, que también fueron catalogados bajo el título de “tercer lugar” por otro sociólogo, Ray Oldenburg. Lugares informales donde la gente pudiera reunirse, interactuar y socializar de manera relajada fuera de los dos ejes principales de su vida: el lugar de trabajo y su casa.

El interés desde el punto de vista de las humanidades por lugares desmercantilizados donde una población pueda hacer y vivir su cultura es una constante.

“Las bibliotecas vivimos en un permanente momento de crisis y lo estamos por su característica tradicional de lugar de libros en un mundo de bits pero también por ser un servicio que, por definición, no tiene rentabilidad económica”, explica a este diario Luis de la Cruz, bibliotecario de la Universidad Carlos III de Madrid y colaborador de Somos Madrid.

De la Cruz señala que, a veces, aparecen estudios que pretenden cuantificar económicamente los impactos positivos de las bibliotecas pero que, en su opinión, “no sirven de nada”: “Su existencia se defiende solo desde el punto de vista de lo comunitario, nunca podrá entenderse desde la rentabilidad económica”, asegura para recordar anteriores trabajos en bibliotecas públicas donde los jubilados leían el periódico, los chavales de instituto estudiaban, acudían a los clubes de lectura las mujeres mayores –eran todas mujeres, observa–, exponían los alumnos de talleres municipales, había libros de las minorías migrantes más representadas en el barrio, se acercaban los vecinos a pedir ayuda para rellenar currículum, llegaban padres primerizos con cara de sueños en busca de socorro, investigaban personas muy listas que se habían quedado fuera de los circuitos universitarios…

“La ayuda que podías prestar a un vecino te proporcionaba una satisfacción inmediata”, recuerda de la Cruz, que señala que, en el caso de las bibliotecas universitarias, estas deberían ser un espacio central de la universidad: un lugar de estudio e investigación sobre todo, pero también de sociabilidad intensa para la comunidad universitaria. “Probablemente, esta sea la única razón de peso por la que la formación a distancia no puede sustituir completamente a la presencial”, asevera de la Cruz quien se pregunta por qué no cambian los conceptos: “¿Por qué habríamos de seguir llamándonos bibliotecarios si las bibliotecas como lugar se diluyen?”, se pregunta para reflexionar sobre el espacio y su condición performativa: “Hay investigaciones que sugieren que los estudiantes prefieren ir a una biblioteca que a una sala de estudio, aunque solo vayan a usarla para estudiar. Por eso, las hermanas más sofisticadas (las universitarias) miramos hacia la pública en busca mantener nuestra singularidad y recurrimos a teorías como las del tercer lugar, habilitamos espacios de ocio o de trabajo comunitario, como los maker spaces o laboratorios ciudadanos –continúa–. Porque, al fin y al cabo, lo que hace imprescindible la biblioteca es ser un espacio de acceso comunitario al conocimiento. Y eso no es posible si se renuncia al lugar físico”.

Si se habla de acceso a la cultura y de cultura libre no puede obviarse el mayor depósito de información que todo el mundo lleva guardado en el bolsillo de manera constante: Internet.

“Wikipedia posiblemente sea uno de los últimos bastiones de aquel primer internet como lugar donde poder compartir conocimiento de manera altruista y autogestionada”, comenta Alberto Cañas, profesor de Historia en la Universidad Complutense de Madrid. “Yo mismo he colaborado como editor y hay un proceso de revisión bastante riguroso como para poder fiarse de ella. Wikipedia como puerta de entrada para investigar cualquier cosa tiene mucho valor”, insiste Cañas, “puedes confiar en ella para buscar las fechas de cuándo fue tal o cual batalla, quién fue un personaje concreto o, incluso, cuál es el nombre oficial de un fenómeno histórico completo en otros idiomas”.

Fernando Bujedo Villalba, arqueólogo y profesor de secundaria en Málaga, también defiende el uso de Wikipedia cómo primer lugar de acceso a sus alumnos, “se ha denostado mucho en el pasado reciente, pero yo animo a que la utilicen, a que comiencen su búsqueda de información desde ahí”, continúa para señalar, no obstante, que el principal motor de búsqueda que usan sus alumnos hoy día es ChatGPT. Un algoritmo de Inteligencia Artificial desarrollado por Open AI que, entrenado con grandes cantidades de texto, puede responder a preguntas y resumir artículos entre otras funciones. Bujedo asegura que hoy se ha convertido en el principal buscador web de la generación Z, muy por encima de Google.

“Con Wikipedia hay que tener cuidado”, apunta, por su parte, Alejandro Salamanca, investigador doctoral en el Instituto Universitario Europeo de Florencia, “han aflorado críticas señalando ciertos sesgos políticos de editores en temas de propaganda sobre lo que atañe al Estado de Israel”, continúa Salamanca para señalar que en el universo de la investigación académica hay dos grandes plataformas que abogan por la cultura de código abierto siguiendo los preceptos que Steven Levy recogía en su libro Hackers: Heroes of the Computer Revolution (1984); estas son Internet Archive y Sci-Hub. Las principales herramientas que abogan y defienden un acceso abierto en el mundo de la academia a nivel internacional, de manera legal o no.

La ética de la piratería académica

Elinor Ostrom, nuestra ya citada Nobel de economía, dedicó su trabajo a entender cómo las comunidades pueden gestionar eficazmente los recursos sin recurrir a la privatización ni al control exclusivo del Estado. Su investigación, por la que recibió el galardón en 2009, refutaba la noción de la “tragedia de los comunes” de Garrett Hardin, que sostenía que los recursos compartidos son inevitablemente sobreexplotados.

“En su momento hubo una corriente para trasladar la literatura de Ostrom al mundo digital con Wikipedia, Software libre, etc”, explica David Rozas, ingeniero informático y doctor en sociología por la Universidad de Surrey (Inglaterra), que dedicó parte de su tesina a analizar estas posibilidades.

Las ideas de autogestión frente al avance constante de la privatización son las que sostuvo la desarrolladora de software y neurocientífica Alexandra Elbakyan, quien utilizó una serie de argumentos filosóficos, éticos y pragmáticos para justificar la creación de Sci-Hub, una plataforma que proporcionara acceso gratuito a artículos científicos de pago gestionados por grandes editoriales académicas, a pesar de que los autores no reciben ni un céntimo de ese dinero. Es más, tienen que pagar por poder publicar en revistas de alto prestigio. Situación que, en el mundo académico, se denuncia constantemente.

Sci-Hub fue la respuesta de una investigadora kazaja a las barreras de pago que enfrentan los investigadores y estudiantes para acceder a artículos científicos, especialmente en países en desarrollo. Hoy, Elbakyan está perseguida en varios países por su activismo Hacker.

Internet Archive o Archive.org, por su parte, es una biblioteca digital sin fines de lucro fundada en 1996 por el informático y bibliotecario Brewster Kahle. Su misión es ofrecer acceso universal al conocimiento“, lo que incluye preservar y proporcionar acceso gratuito a contenidos culturales o en formato digital como páginas web, libros, música, videos, programas de software, etc. Este archivo ha sido sujeto de una denuncia por infringir derechos de autor: el caso ”Internet Archive vs Hachette“ en el que fue demandado por un grupo de importantes editoriales, incluyendo Hachette, HarperCollins, Penguin Random House y Wiley.

Así, en marzo de 2023, un tribunal federal dictaminó que el préstamo digital de Internet Archive infringía los derechos de autor de las editoriales, sentando un precedente importante sobre los límites del uso justo en la digitalización y préstamo de libros con derechos de autor. Para muchos defensores del acceso abierto, la decisión representa un obstáculo para el acceso equitativo a los recursos culturales y educativos.

“Archive.org es mucho más que una biblioteca”, defiende Alejandro Salamanca, “es un archivo audiovisual, puedes encontrar películas iraníes de los años 70 con los subtítulos en castellano que ha hecho un señor de cuenca o, también películas que no encuentras en ninguna plataforma”, continúa para señalar que, en la actualidad, “vivimos en una época en el que el acceso a la cultura es más fácil que nunca —también económicamente—, yo puedo meterme en YouTube y encontrar la grabación de un concierto de hace 50 años en la otra punta del planeta”, ejemplifica.

El problema, no obstante, con las grandes plataformas de streaming como YouTube, Spotify o Netflix es que buscan el lucro y no la permanencia. “Ellas pueden borrar lo que quieran cuando ya no les sirva y hay obras que sólo existen en digital. La importancia de Internet Archive es que está intentando preservar todo, hacer un archivo enorme de nuestra era y eso es importantísimo”, zanja Salamanca.

Cabe destacar que todos los entrevistados en este artículo señalan que sus trabajos académicos le deben mucho a los recursos ofrecidos por Sci-hub e Internet Archive, que abogan porque el conocimiento pueda ser libre para toda la humanidad.

En la carrera mundial por los avances tecnológicos en los últimos años hay un líder al que se mira con recelo: la Inteligencia Artificial (IA). “Las IAs están cogiendo muy mala imagen por la posibilidad de usarlas como herramienta para generar imitaciones en masa (de imágenes, texto, etc.), pero cuando se usan como herramienta de análisis supone una oportunidad muy grande”, apunta Sara Blanco Peña, doctoranda en ética de la IA y residente en Alemania, quien explica que la IA lo que hace es “procesar datos” para clasificarlos o generar datos nuevos a partir de los primeros.

“En el campo de la cultura entendida como difusión de información rápida y entendible puede ser de gran ayuda”, continúa Blanco. Un ejemplo es la herramienta ChatGPT, mencionada con anterioridad. “Yo lo utilizo para resumir y filtrar cosas o para que me sugiera informaciones a partir de las que seguir investigando”, explica.

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Este artículo ha sido publicado anteriormente en el monográfico ‘El precio y el valor de la cultura’, la revista en papel de elDiario.es que reciben gratuitamente sus socias y socios.

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