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La mirada pesimista y catastrofista de la ficción al gran apagón que por suerte no se cumplió
La ficción nos modela, y actúamos respecto a los patrones que los creadores han establecido. Pasa en todo, ¿o es que acaso uno no se comporta en una cita como ha visto en cientos de comedias románticas?

Cuando ocurre un suceso que encima se sale de lo normal, uno acude a todas esas ficciones que plantearon un escenario similar. El gran apagón sufrido por España el pasado lunes hizo que todos tiráramos del imaginario distópico que han mostrado multitud de series, películas y libros. El manual de supervivencia tópico de cualquier historia postapocalíptica ya marcó las actuaciones de los más avispados, que en cuanto se vio de qué iba todo salieron de sus casas a comprar linternas a pilas, comida no perecedera o incluso paneles solares. La forma de sobrevivir llega de series como The Last of Us, pero sin duda el lunes todos se acordaron de la serie Apagón, la adaptación del podcast El gran apagón, de José Antonio Pérez Ledo, que Movistar+ estrenó en 2022.

En ella, cada episodio mostraba una historia independiente que plasmaba cómo se viviría en España un gran apagón provocado por una tormenta solar. Cada uno de los capítiulos lo dirigió un gran realizador (Rodrigo Sorogoyen, Alberto Rodríguez, Raúl Arévalo, Isaki Lacuesta e Isa Campo) y se centró en cómo afectaría en sitios concretos en diferentes momentos. A grandes rasgos lo que queda claro es que la ficción vive del dramatismo. Siempre se tiende al catatostrofismo, a la mirada pesimista.

Mientras que Apagón mostraba que ante una situación similar España se iría a pique desde el minuto uno —accidente de tren incluido—, lo vivido ayer da algo de confianza en el ser humano. La gente salió a las calles, se informó entre ellas, se ayudaron y se apoyaron para intentar entender lo que ocurría. Hubo hasta imágenes rozando lo festivo en plazas de Gràcia (Barcelona) o en Malasaña y Lavapiés (Madrid). Si bien es cierto que el apagón de la ficción es mucho más extremo, global y prolongado en el tiempo, la diferencia en el acercamiento es notable. Una vez visto cómo reacciona la gente ante una situación así, hasta se echa en falta un episodio escrito por un Cobeaga o un Vigalondo que sacara humor a los primeros momentos de confusión.

A pesar de ello, la investigación de todo el equipo sí que hizo que se apuntara a lugares clave en los que ayer todos pensaron. El primer episodio, dirigido por Rodrigo Sorogoyen, mostraba la toma de decisiones en un centro de Protección Civil y Emergencias. Era un capítulo que creaba tensión al ver a las personas detrás de esas unidades, encargados de actuar rápido por el bien de todos. Eran 50 minutos donde prácticamente no se salía de una oficina, pero donde se notaba la importancia de tomar medidas correctas en los primeros minutos.

Una de las primeras cosas que se pensó al comienzo del apagón es en qué estaría pasando en los hospitales. ¿Cómo viviarían sin luz? El segundo episodio de la serie, dirigido por Raúl Arévalo lo mostraba, pero cuando el apagón se había alargado en el tiempo. Eso sí, descubrimos gracias a la serie que los hospitales cuentan con generadores que les permiten mantener encendidos respiradores y realizar labores de urgencia incluso en los momentos más críticos.

También recientemente la serie de Netlix Día Cero ha contado una historia centrada en un gran apagón. Pero aquí sí que lo que había era fuegos artificiales. Ni rastro de querer contar cómo se afrontaría desde la sociedad un suceso así. Tampoco en sus ciudadanos. Aquí un ciberataque terrorista (una de las teorías que rápidamente se extendieron entre la gente) creaba el caos y provocaba consecuencias letales con miles de muertes. La serie se centraba en la respuesta de EEUU, que llamaba a un expresidente interpretado por Robert De Niro para gestionar la situación e investigar lo ocurrido para encontrar a los culpables. Un thriller que pensaba más en el giro que en el retrato verídico pero que sí apuntaba a un sitio interesante: las fake news y cómo un escenario como el apagón favorece su esparcimiento. En España se vio cómo en el canal de Telegram de Alvise Pérez se decía impunemente que Ursula Von der Leyen había acusado a Rusia del apagón. Una noticia falsa que muchos se encargaron de extender como la pólvora.

Vía libre para la distopía

Como decía recientemente Enric Auquer en una entrevista con elDiario.es, la ficción ha encontrado un terreno muy fértil en la distopía, aprovechando el miedo de la sociedad. En vez de crear mensajes positivos, de lucha y cambio, incide y subraya el pesimismo. “Tenemos todas estas ficciones de un futuro distópico, derrotista, en el que no hay ningún mensaje positivo hacia el futuro. Ellos se pasan el día consumiendo Netflix y todas estas plataformas. Todos estos contenidos medio violentos y medio fascistas que se crean con los algoritmos”, decía el actor.

Sin abandonar las series, dos clásicos tuvieron un episodio suelto en un apagón, pero desde lugares completamente diferentes. Anatomía de Grey cerró su novena temporada en su línea: castatrofismo elevado a la enésima potencia. Un apagón mostraba incluso una césarea sin anestesia entre las muchas cosas caóticas que acontecían en el Seattle Grace. Por su lado, Friends contó cómo vivían los amigos de la pandilla una noche de apagón. Chandler se quedaba encerrado en un cajero con una supermodelo, mientras que el resto hacía bromas y se divertían hasta que Ross encontraba a Rachel besándose con Paolo —más conocido en la serie como ‘el cretino de Torino'— justo en el momento en el que volvía la luz.

En el cine el guionista David Koepp, famoso por sus libretos para Jurassic Park, mostró una urbanización y cómo los ciudadanos de a pie actuaban en un apagón. Un thriller llamado El efecto dominó porque su narrativa se basaba en mostrar como un pequeño acto en aquella oscuridad provocaba esa dinámica creciente creando otros muchos sucesos peores y de consecuencias nefastas.

También Spike Lee situó una de sus películas en el gran apagón de Nueva York de 1977. En El verano de Sam, el director de Haz lo que debas ahondaba en uno de sus grandes temas, el racismo y los conflictos de raza con el contexto de una sociedad caótica y llena de miedo por la presencia de un asesino en serie que amenaza en un momento ya de por sí complicado.

El apagón en España ha coicidido, irónicamente, con la promoción de la adaptación en formato de serie de El eternauta, basado en el cómic de Héctor Germán Oesterheld y el dibujante Francisco Solano López. Aunque no imagina un apagón sino una amenaza externa que provoca una extraña nieve que mata a todo el que la toca, ayer era inevitable que más de uno bromerara si Netflix no se había pasado con la promoción de la serie, cuyo primer episodio muestra la incomunicación y la falta de información ante una situación fuera de lo común.

Quien sí que pensó en un apagón pero en EEUU fue Don DeLillo, que en El silencio pensó en qué pasaría a cinco personajes en Nueva York si el país se quedara a oscuras durante la final de la Superbowl del año 2022. Una historia que se le ocurrió durante un viaje en avión en el que empezó a pensar qué ocurriría con ese vuelo en un apagón, pero que termina como una reflexión sobre el lenguaje y nuestra relación con la tecnología.

Leer en la oscuridad

La literatura nos permite ir más allá del espectáculo apocalíptico. Nos tiende una página sobre la que avanzar con tranquilidad para acompañar la reflexión. Este lunes, cuando las pantallas estaban apagadas, muchos abrieron los libros. Se les veía, incluso, en aceras y plazas, leyendo al sol.

Cuando se va la luz, nos quedamos a solas con nosotros mismos o, si vivimos en una intimidad compartida, con la evidencia de unas relaciones desnudas, sin tecnología que las medie, para bien o para mal. De eso va la primera novela de Lara Moreno, Por si se va la luz (Lumen, 2013) donde una pareja deja atrás la ciudad para refugiarse en un lugar mucho más áspero. Y ese rural en el que falta la electricidad está también presente en En el corazón del bosque (Errata Naturae, 2020) de Jean Hegland, donde solo unos litros de gasolina sirven para poder bailar con música real de fondo, no imaginada. En los bosques y las montañas no hay electricidad, por lo que la vida en el apagón nos hace imaginar cómo sería otra vida posible, en un lugar sin enchufes. A ese bosque también nos lleva la primera novela de Fernando Navarro, Crisálida.

“El Fin” es el lugar, o el momento, en el que transcurre la novela El Libro Azul de Nebo (Seix Barral, 2021) de Manon Steffan Ros. El Fin es una catástrofe que sucede en Gales, tras la que solo sobreviven dos personas, una madre y un hijo, los protagonistas de este libro. Ambos tendrán que sobrevivir cada día en un nuevo mundo sin electricidad, sin la vida tal y como la habían conocido.

En nuestro imaginario, tan influido por los resortes narrativos, un pequeño acontecimiento se propaga de tal manera que acaba arrasando el mundo tal y como lo conocemos. Así sucede en Las indignas (Alfaguara, 2023) de Agustina Bazterrica —autora de Cadáver exquisito— donde tras el apagón llegan las guerras por el agua y después las catástrofes medioambientales. El presente es desolador y hay quien se acaba entregando a cultos religiosos desbocados, tras perder la fe en la humanidad.

Al día siguiente del apagón, valoramos mucho más la electricidad. El guionista de Descifrando Enigma, Graham Moore, tiene una curiosa novela que es un trhiller sobre los inventores de la electricidad. La luz de la noche (Lumen, 2017) refleja la lucha por la patente, la batalla entre Nikola Tesla y Thomas Edison por llevar la luz a Nueva York y el paso del mundo oscuro a la sociedad iluminada.

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Con la colaboración de Cristina Ros, Carmen López y Elena Cabrera.

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