Vladímir Putin y Donald Trump alardean de sintonía. El dirigente americano ha excluido al Kremlin de su escalada arancelaria. Tras un largo trienio de invasión en Ucrania, la economía rusa emite signos de debilidad por el descenso del crudo y la colisión de intereses con China, aliado comercial de Moscú, pero enemigo geoestratégico de Washington
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“Los dilemas económicos de Rusia otorgan a Trump una importante ventaja en las negociaciones sobre Ucrania; pero ¿la aprovechará?” Esta premisa merodea por las cancillerías, especialmente las europeas, ante las negociaciones soterradas de alto el fuego en Ucrania que excluyen a la UE y que están rodeadas de ostracismo, con naciones con intereses ocultos y sin antecedentes de prestigio como interlocutores en procesos de paz como Arabia Saudí, anfitriona de las reuniones del máximo nivel entre la Administración Trump y el núcleo duro de Vladímir Putin.
David Lubin, investigador de Economía y Finanzas Internacionales de Chatham House responde de manera elocuente a la cuestión. “El gobierno ruso señala a la inflación como la mayor de las amenazas” sobre su coyuntura desde hace meses, aunque ahora se ha unido una desaceleración preocupante, con síntomas de debilidad del consumo y la industria, que podría desencadenar un riesgo mayor con el descenso de cotización del barril de petróleo, pero, sobre todo, un peligro aún más devastador ante los efectos que la escalada arancelaria estadounidense -del 104%- ha fijado contra las mercancías y servicios chinos, “el gran socio comercial y aliado en el estado de salud de las arcas rusas” durante el trienio de sanciones occidentales.
Para el analista de este think-tank británico al que también se le conoce como The Royal Institute of International Affairs, la economía rusa se enfrenta en la actualidad a una presión considerable por los daños colaterales de su guerra en Ucrania, lo que concede a Trump un arma diplomática fundamental en las negociaciones de paz. Sin embargo, parece renunciar a la idea de intensificar vetos más agresivos, en el orden comercial y energético hacia Moscú, para buscar unos lazos de amistad con Putin que genera dudas de que vayan a provocar su aislamiento de China.
Las debilidades económicas que menciona Lubin empiezan a vislumbrarse al término del primer trimestre de andadura de la versión Trump 2.0 con vestigios de estancamiento de actividad por el encarecimiento de los costes de vida, el retroceso del consumo de hogares y de la producción industrial y la aparición de riesgos globales, como las turbulencias bursátiles, y con repercusión directa sobre las finanzas del Kremlin, como el descenso de la cotización del petróleo. Todo ello, con unos tipos de interés anormalmente altos para contener, desde hace un largo año, la espiral inflacionista.
Las fábricas de armas entran en barrenaEl dinamismo, impulsado en 2023 y 2024 por una maquinaria armamentística a todo gas se elevó al entorno del 4%. Sin embargo, la escasez de mano de obra en otros sectores, tentada por unas ofertas salariales procedentes de la industria de Defensa inalcanzables para el resto de sectores, que sufren una alarmante pérdida de fuelle, ha contribuido, por un lado, al repunte del IPC, que ha navegado por encima de los dobles dígitos -más cerca de porcentajes del 20 que del 10- y, por otro, al aminoramiento del ritmo del PIB.
En consecuencia, como ha ocurrido también de forma súbita en EEUU desde la llegada a la Casa Blanca de la Administración Trump, Rusia se enfrenta a un episodio de estanflación, sin descartar una fase recesiva, alimentada, además, por unos tipos de interés que se sitúan en el 21% -una cota desconocida desde 2000- y que han contraído enormemente el crédito y la masa monetaria en circulación. El descontento social por unas presiones inflacionistas que se consideran como el peor de los impuestos porque los gastos excesivos los pagan indistintamente ricos y pobres- y empresarial, por la anemia de las inversiones ante el alto precio del dinero, ha encendido ya la mecha de las primeras protestas en las calles de Moscú.
Por si fuera poco, un barril a 65 dólares -muy por debajo de los 80 que el Kremlin, la OPEP + y su gran baluarte, Arabia Saudí, en los que las dos potencias petrolíferas sitúan el tope para recabar los suficientes ingresos con los que eludir déficits presupuestarios demasiado excesivos-, queda demasiado lejos de aportar calma a un banco central que navega en aguas turbulentas, con los tipos y la inflación por las nubes y la economía por el suelo.
Las políticas monetarias de la Fed y del Banco Central de Rusia confluyen en el combate contra la estanflación, el nudo gordiano donde más se suelen enredar las estrategias de tipos de interés.
El crecimiento del PIB disminuyó al 0,8% en febrero desde el 3% de enero, el nivel más reducido desde marzo de 2023, al traspasar el primer aniversario de la invasión de Ucrania. Los datos, oficiales, apuntan a un retroceso tanto del transporte, como del comercio mayorista y de la industria de extracción de minerales. Pero, sobre todo, de su entramado industrial, que se dejó 2 puntos y apenas remontó 2 décimas.
Además, para los analistas de Raiffeisenbank, “el deterioro de una parte significativa de sectores industriales se está volviendo persistente” hasta el punto de que “su anemia está consolidando los indicios de desaceleración”, afirman en una nota a inversores en la que mencionan de forma expresa el elevado precio del dinero, la escasez de mano de obra, la cadencia productiva fuera del segmento armamentístico y la presión sancionadora de Occidente. Al tiempo que se constata que el consumo “también se desvanece” por la “parálisis de la demanda de los hogares”, precisa Sofya Donets, economista jefe de T-Bank.
La supervivencia económica toca a rebatoEl prolongado decenio de represalias surgidas desde la adhesión de Crimea, en 2014, y que ha ido dando forma el G-7 no ha hundido hasta ahora a la economía rusa. Pese a su perfil autárquico y a tener que abastecer las demandas de un escenario bélico durante tres años, la estrategia de sanciones monetarias, energéticas y comerciales auspiciada por la Administración Biden no ha obtenido los efectos previstos. Esencialmente, por el uso masivo de las entregas ilícitas de crudo de las que su aliado iraní ha aconsejado al Kremlin desde el primer instante.
El uso de las rutas de transporte rodado y marítimo del crudo y el gas siberiano ha sido tan eficaz que el mercado del oro negro ruso ha pivotado hacia Asia. Y no solo a China, sino a India y otras latitudes con la vitola de emergentes del continente más poblado de la tierra.
De hecho, el negocio de los combustibles fósiles ha suministrado tantos ingresos en divisas que ha impedido que Washington y sus aliados consiguieran su propósito de precipitar a Rusia hacia la bancarrota. O, dicho de otro modo: el régimen punitivo nunca pudo reemplazar por completo al petróleo ruso, solo limitarlo porque el Kremlin supo ganarse a clientes reacios a las sanciones, lo que le permitió seguir librando la guerra sin alterar demasiado su status quo interno, basado, por otro lado, en una economía quasi autárquica desde 2014.
También el oro ha contribuido a mantener operativa la cuenta del estado. Moscú ha adoptado una estrategia de compra de onzas del metal dorado que ha cubierto con creces el receso de las reservas congeladas por la contienda bélica con Ucrania.
El banco central ruso, cuya gobernadora, Elvira Nabiúllina, se ha erigido en la arquitecta de los escudos financieros contra las reprimendas occidentales, ha vuelto a certificar otro éxito en este mercado. El Kremlin ha revalorizado un 72% -en unos 96.000 millones de dólares- sus reservas de oro, lo que ha compensado un tercio de los activos congelados desde 2022; es decir, valores rusos confiscados por el G-7 cuyos intereses estaban destinados a la reconstrucción de Ucrania. Y que ahora, ha vuelto a engordar las arcas de Moscú por el rally alcista de un valor refugio que, en tiempos de convulsión por la escalada arancelaria que ha decretado la Administración Trump, se ha disparado hasta visualizar en su punto de mira los 3.500 dólares por onza.
Las reservas de oro rusas han aumentado en 40 millones de onzas entre 2014 y 2020, lo que las ha situado cerca de su máximo histórico y a su banco central en uno de los 5 mayores tenedores de este metal precioso, con un valor de 229.000 millones de dólares. Un colchón de la suficiente dimensión como para poder capear un colapso en su balanza de pagos. “Acumular unas grandes cantidades de oro fue una medida de protección contra crisis geopolíticas y, por lo visto hasta la fecha, funcionó”, explica Alex Isakov, de Bloomberg Economics.
“El acercamiento económico propuesto por Trump a Putin es erróneo”, alerta Keith Johnson en Foreign Policy. El presidente americano ha excluido inicialmente a Moscú de su política tarifaria, aunque le ha advertido de sanciones, “por mucho que asegure que son un incentivo para que el Kremlin acepte el alto el fuego con Ucrania”. Las “importantes transacciones” que ha prometido enviar con regularidad Trump a Moscú para “crear relaciones productivas y estabilizadoras” con el otrora enemigo geopolítico número uno son “como un barco que se dirige directo hacia un iceberg”, explica Steven Pifer, ex embajador de EEUU en Ucrania.
La cuestión no es tanto la capacidad de Trump para presionar a Putin, sino su disposición a hacerlo, dado que el gran objetivo estratégico del mandatario republicano es “desunir” a Rusia de China, enfatiza Lubin. Una misión casi imposible, apunta The Economist, si se tiene en cuenta que Pekín ha sido imprescindible para que Moscú eluda las restricciones comerciales, es su principal socio energético y ofrece vías de transporte y distribución esenciales para que el crudo ruso llegue a sus destinos asiáticos a través de la Ruta de la Seda. Además de su gran suministrador de bienes de alta tecnología y maquinaria de doble uso -fines civiles y militares- que resultan ineludibles para su industria armamentística por estar vetados por Occidente.
Aunque, sobre todo, la alianza ruso-china ha encontrado en el sistema de pagos internacionales del gigante asiático una alternativa a la plataforma SWIFT que domina las transacciones globales y que fue una de las primeras medidas prohibidas por EEUU y Europa en 2022 con el dólar como arma de destrucción financiera de Moscú, y que hubiera impedido, sin la cooperación de Pekín, que las empresas rusas repatriasen divisas, además de debilitar el rublo.
Desde el SWIFT, el G7 también bloquea los 274.000 millones de euros en activos congelados del banco central ruso.