Especializado en relaciones internacionales, con medio siglo de experiencia y varios libros sobre EEUU, el periodista publica 'Trump 2.0': "El imperialismo de EEUU nunca se fue, simplemente ahora se presenta de otro modo"
Trump empuja a EEUU al autoritarismo con una declaración de guerra a toda disidencia
Antes de las elecciones de noviembre de 2024, el periodista Roberto Montoya ultimaba un libro que llevaba tiempo escribiendo, sobre el candidato republicano Donald Trump. “Ojalá me equivoque, pero existen muchas posibilidades de que gane.
Por eso estoy haciendo este libro”, me dijo entonces. “Desgraciadamente, mis cálculos se confirmaron”, comenta ahora en esta entrevista.
Roberto Montoya es periodista y escritor desde hace cinco décadas. Nacido en Argentina, fue víctima de la represión, sufrió arresto, torturas y exilio. Especialista en relaciones internacionales, corresponsal en varios países, ha seguido de cerca durante años la evolución de la política estadounidense. En este siglo ha publicado libros como El imperio global (2003), escrito poco antes de la invasión estadounidense de Irak, La impunidad imperial, sobre la guerra de EE.UU. contra el terror, y Drones, sobre las políticas de Barack Obama.
Su último trabajo, “Trump 2.0” (Akal, 2025), parte de la información y de las investigaciones que comenzó a recopilar en 2016, con la percepción de que el presidente estadounidense no iba a “contentarse con su primer mandato, no solo por sus características personales, sino porque disponía de un terreno muy fértil”. En él analiza las dinámicas internas y externas de EE.UU., el peso de los lobbies y el establishment, las claves que explican el regreso de Trump y el rumbo que podría tomar el país en los próximos años.
Con la llegada de Trump se habla mucho del regreso de EE.UU. al imperialismo, ¿realmente lo abandonó en algún momento?
El imperialismo estadounidense ha seguido presente todo el tiempo. Hubo cambios de época y de métodos, lógicamente, aunque con Trump no se sabe, porque cuando habla de Groenlandia o del canal de Panamá, es una vuelta a esas ansias de expansionismo territorial, por lo menos en las amenazas. A día de hoy hablar de geopolítica implica hablar de EE.UU.
Cuando se desintegró la Unión Soviética, muchos analistas y estrategas militares creyeron que la OTAN desaparecería. Francia y otros países plantearon que la OTAN tenía que ser repensada, que no tenía sentido su continuación, porque el fantasma del comunismo soviético había desaparecido. Washington apostó por lo contrario, con el argumento de que alguien tenía que velar por la seguridad y de que podían surgir nuevos peligros.
A partir de ese momento, comenzó una carrera para intentar incorporar a la OTAN a todas las repúblicas exsoviéticas. Esa expansión de la OTAN impulsada por EEUU mostró su actitud imperial. No se hizo para empezar una nueva era, para mejorar las relaciones internacionales, sino para modelar un Nuevo Orden Mundial según sus propios intereses. Y así se vio a la OTAN involucrarse en las guerras de los Balcanes, en Afganistán, en Irak, etc.
Trump da manotazos desesperados que lo hacen incluso más peligroso en estos momentos de declive
EE.UU. no es un país más que se suma a la postura de otros países europeos, sino que en todo momento es el dominante a nivel político, económico y militar, impidiendo el desarrollo de potencias que le pueden hacer frente. Esas políticas han continuado, y las han respaldado tanto demócratas como republicanos.
Todos los presidentes de EE.UU. repiten la idea de “liderar la comunidad internacional”. Todos toman como referencia la Doctrina Monroe, toda una certeza de que Estados Unidos tiene una misión histórica que les ha dado Dios. Y eso se mantiene hasta el día de hoy.
Trump pasó de promotor inmobiliario y showman a candidato presidencial, superó dos impeachments, y ahora está presente en titulares diarios, con declaraciones que provocan impacto e incluso shock. ¿Qué le diferencia de su primer mandato?
Trump 2.0 tiene mucho más poder. Ahora cuenta con una mayoría no solo en votos electorales, sino también de votos populares, obtuvo más de 10 millones de nuevos votantes con respecto a 2016. Ha logrado el control del Congreso y del Senado, del Tribunal Supremo y de 27 gobernaciones sobre 50. Siente que tiene las manos libres para hacer lo que quiera. Eso está sacando lo que no habíamos visto en el primer mandato.
Además, dispone del respaldo de muchas grandes empresas, que buscan beneficiarse de sus políticas fiscales; de las corporaciones ligadas a las fuentes fósiles, por ejemplo, que reaccionan contra las regulaciones medioambientales que impulsó Biden. Trump las ha anulado todas: su lema es perforar, perforar, perforar.
Su pretensión es inundar el mundo con gas licuado obtenido por la técnica del fracking. Actualmente, con la reducción de la llegada del gas ruso en Europa, Estados Unidos cuenta con el control del 45% del mercado europeo del gas licuado. Y Trump está diciendo a los europeos que aún tienen que comprar más gas a EE.UU. Ese es uno de sus objetivos, ampliar ese mercado y conseguir grandes ganancias con ello.
Hace 20 años la situación era diferente, EE.UU. impulsó guerras para acceder al petróleo en Oriente Medio, para satisfacer sus propias necesidades de energía. Ahora Washington es casi autosuficiente en ese aspecto y, además, tiene capacidad de exportación.
Uno de los objetivos de Trump es ampliar las exportaciones de gas, por eso pide a los europeos que le compren más
Ahora el sector tecnológico plantea nuevas prioridades
Ahora el foco ha pasado al control de tierras raras, del litio, del cobalto, de los semiconductores, de los materiales estratégicos para la revolución digital, la inteligencia artificial, todo lo que mueve nuestra vida cotidiana, los móviles, tablet, ordenadores, baterías para coches eléctricos.
Es un Trump 2.0, porque es la nueva guerra en plano digital la que está moviendo las dinámicas del mundo. Y, como colofón, cuenta con el apoyo de una oligarquía tecnológica, con figuras como Elon Musk, quien controla satélites y sistemas clave de defensa.
Al mismo tiempo, EE.UU. observa con preocupación el ascenso económico y militar de China y la consolidación de alianzas como los BRICS. Es consciente de que su influencia en el mundo merma. El eslogan Make America Great Again refleja su intento de frenar ese declive. Son manotazos desesperados, pero que lo hacen incluso más peligroso en esos momentos de reconocimiento del declive.
¿En qué posición deja esto a Europa?
Trump ha tomado conciencia del poder que tiene. Percibe que no hay organismos ni contrapesos internacionales que puedan detener sus proyectos más ambiciosos a nivel geopolítico.
El presidente de EE.UU. comprobó, ya durante el mandato Biden-Harris, que el régimen sionista de Netanyahu puede bombardear civiles de forma indiscriminada, exigir a los cascos azules en el sur del Líbano que se retiren o insultar al secretario general de Naciones Unidas. Está confirmando el doble rasero a la hora de aplicar el derecho internacional.
Ve que las decisiones de la Corte Penal Internacional, por ejemplo, se pueden esfumar: que se cuestionan las órdenes de arresto cuando se trata de enjuiciar a Netanyahu, y se apoyan cuando se trata de Putin. También en Europa.
Ante los comentarios de Trump sobre comprar o tomar por la fuerza Groenlandia y el canal de Panamá, o de hacer de Canadá parte de EE.UU., hubo días de desconcierto y conmoción, pero las respuestas de la UE y del resto del mundo han sido suaves. Nadie ha propuesto una reunión internacional para discutir esto.

El rearme se reivindica como un plan europeo, pero se hace con una estrategia definida por EEUU
¿Y ante sus aranceles?
Solo cuando hay impactos económicos se produce una respuesta algo más contundente. La UE está desesperada por los aranceles. Pero cuando se plantean temas de derechos humanos, por ejemplo, cuando Trump dice “que se vayan los palestinos de Gaza”, la reacción son solo críticas con la boca pequeña.
Europa no responde de una forma unida, está descolocada. Está acostumbrada a una situación de sumisión ante las necesidades económicas y los intereses geopolíticos de EE.UU. y ahora no sabe cómo actuar.
Por ejemplo, ante la guerra, la UE avaló sin cuestionamientos lo que Biden planteó: la aventura belicista en Ucrania. No se apostó por una vía negociadora, no se tuvo en cuenta la propuesta de negociación planteada por China, con diez puntos que ni siquiera se llegaron a discutir. Tampoco se contempló la iniciativa presentada por Lula da Silva. Se pensó que esta guerra iba a permitir empantanar a Putin en Ucrania, y que iba a ser su Vietnam.
Ahora hay jueces en EE.UU. que intentan detener algunos planes de Trump, ante las deportaciones, por ejemplo, pero se está viendo que tiene capacidad para romper las costuras sin que eso se le vuelva en contra, de momento. ¿Tendrá contradicciones? Sí, porque esta política arancelaria puede causar problemas a sus propios aliados tecnológicos, puede crear conflictos internos, con lo cual no todo le va a salir como lo tiene pensando.
La Unión Europea está siguiendo a rajatabla los mismos planes de la OTAN
¿Cómo está condicionando Trump el escenario internacional?
Está dejando en evidencia que no hay una gobernanza mundial y que hay protagonistas muy endebles, como la UE, que con 450 millones de habitantes y un mercado común de gran magnitud, tiene los pies de barro, porque no cuenta con una unidad como tal a nivel político. EE.UU. ha forzado un cambio en la UE, ya lo hizo con Biden, con temas de armamento y defensa.
¿Cómo se encuadra aquí el plan de rearme de la UE?
Rusia sigue bombardeando Ucrania, cada día con más intensidad. Está intentando garantizarse más territorio ucraniano, de cara a la negociación. La UE plantea un rearme sin explicarnos cómo se ha llegado hasta aquí y cómo podemos tener confianza en una Unión Europea que no cuenta con un plan de estrategia de seguridad claro.
¿Cuál es el plan, cuáles son los potenciales adversarios? ¿Va a aceptar la UE a pies juntillas lo que EE.UU. designe como enemigo? La subida de los presupuestos de defensa supone cumplir el plan exigido por Trump, que demanda más gasto militar. El plan de rearme se reivindica como un proyecto soberano europeo, pero se hace con una estrategia no definida por Europa, sino por Estados Unidos. Es Washington el que ha estado demandando este gasto.
EE.UU. ha salido beneficiado por la guerra de Ucrania, ha logrado que Europa le compre más gas y se rearme, como era su objetivo
Las necesidades se plantean pensando en cómo fortificar todas las fronteras de los países miembros de la OTAN, y en ello se entrecruzan los planes de la UE y la OTAN. Reforzar el flanco oriental europeo, fronterizo con Rusia, ¿es solo el plan europeo? ¿O son los planes de EE.UU., que quiere que los europeos se ocupen de ello para centrarse en China?
La Unión Europea está cumpliendo a rajatabla los mismos planes de la OTAN. Y la estrategia de defensa de la OTAN no la controla Europa, sino Washington. EE.UU. ha salido beneficiado por la guerra de Ucrania, con la limitación del gas ruso ha logrado vender más gas licuado a los países europeos. Ha logrado que Europa se rearme, como era su objetivo: que le quite trabajo de encima, que los peones europeos resuelvan y tengan más capacidad militar.
Hay un discurso muy hipócrita de los líderes europeos, porque han sido cómplices en la escalada belicista en Ucrania. No se cuestiona ni se replantea la complicidad que nos ha hecho llegar a esta situación. Se continúa con los planes de rearme cuando no son los planes europeos, no son los que interesan a Europa.
En el libro también dedica un espacio al Partido Demócrata
El Partido Demócrata de EE.UU. ha sufrido un proceso de derechización. Tal vez se podría marcar la época de Bill Clinton como el más republicano de los demócratas. El Partido no entendió que, dentro de su propia base social, estaba provocando víctimas, con una política económica que beneficiaba a grandes corporaciones. Biden fue más allá que sus predecesores en política exterior.
Obama no cortó totalmente con la guerra contra el terror de Bush, porque hubo miles de ‘asesinatos selectivos’ con drones, un método menos visible, más barato y sin riesgo de bajas propias, pero es verdad que logró el acuerdo nuclear con Irán y tuvo algunos choques con Netanyahu.
Biden no, pedía proporcionalidad en los ataques israelíes contra Gaza pero siguió enviando armamento. Esto hizo que un sector del electorado demócrata tradicional, jóvenes universitarios, comunidad musulmana, se desencantara.
Sin una recuperación de la movilización de las mayorías sociales y de la izquierda será imposible enfrentar el trumpismo y esta gran ola reaccionaria
Por lo demás, Biden creyó que había encontrado un filón para pasar a la historia como el presidente que neutralizó a Putin. Siempre tuvo intereses personales en Ucrania, también su hijo. Apostó por armar bien a Zelenski, creyó que lo podía utilizar y que, enviándole armamento y ayuda, se repetiría lo que EE.UU. hizo en los años ochenta en Afganistán, cuando respaldó a los muyahidines para que combatieran contra las tropas soviéticas, lo que supuso el principio del fin de la URSS. Hizo un esquema muy simplista. Pensó que EE.UU. podría neutralizar a Rusia y centrarse en China.
A ello se sumó la inflación, el aumento de la deuda pública, de la carestía de la vida, y su disminución cognitiva. Kamala Harris, que no había destacado especialmente por ninguna función visible a nivel popular, tomó el testigo. Sorprendió que insistiera en no diferenciarse de Biden, cuando le preguntaron por ello ya como candidata llegó a decir que no se le ocurría ninguna diferencia, defendió todo su legado.
Al final del libro habla de los riesgos de la extensión del trumpismo, de la extrema derecha, también aquí en Europa
Si no hay movimientos sociales y sindicales que presionen, si no hay cuestionamientos contundentes frente a una situación dura como esta, no podrá haber cambios. Si no nos implicamos, no habrá nada.
Se está viviendo una ola mundial de auge de la derecha y ultraderecha, del neoliberalismo autoritario. Vemos en la propia UE las pocas diferencias que existen muchas veces entre gobiernos socialdemócratas, liberales, de derecha y ultraderecha. No experimentan tampoco presión desde abajo.
Se evidencia una mayor insensibilidad social, parecen haber quedado muy atrás las grandes movilizaciones de 2003 contra la guerra de Irak, o las movilizaciones del 15M, de Occupy Street, y sin una recuperación de la movilización de las mayorías sociales y de la izquierda será imposible enfrentar al trumpismo y a esta gran ola reaccionaria.