
Existen lanzamientos que han moldeado los videojuegos. En ocasiones son pequeños los cambios que introducen, a través de diminutas variaciones que se van colando en otras propuestas, hasta que permean todo el medio. Otras veces, las modificaciones en las mecánicas, el planteamiento o el tono son tan rompedoras que inmediatamente se asientan como estándares. Esto último es lo que consiguió Zelda con Breath of the Wild tras su debut en 2017, con su apuesta por el mundo abierto de infinitas posibilidades.
Ahora, seis años después, con la llegada este 12 de mayo de Tears of the Kingdom de nuevo a Nintendo Switch, la saga The Legend of Zelda regresa con una entrega mucho más ambiciosa, que defiende la experimentación en un universo que se antoja inabarcable y repleto de vida, misiones y horas de juego.
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